No nos damos cuenta de que al nombrar la muerte nombramos la vida.
Tener conciencia de la muerte nos ayuda a tener conciencia de la vida. Y la
poesía se hace con el material de la vida, con el tiempo que hemos vivido. Los poetas hacen uso de él como objeto y
como instrumento. Fijémonos en un maestro, Antonio Gamoneda. Para él su poesía se hace con y gracias a
la perspectiva de la muerte. El poema intensifica la vida. Aunque pueda hablar
del sufrimiento su objetivo es proporcionar un placer que haga más intenso lo
que vivimos o lo que hemos vivido y ahora tenemos en el recuerdo. “La poesía
intensifica mi vida y yo vivo esta intensificación como una forma de placer”,
nos dice. Si fuéramos físicos crearíamos la siguiente fórmula:
Poesía=tiempo=placer. Poesía es, por lo tanto, tiempo y es y se hace por
placer.
Esta introducción tenía el fin de toparme con los elementos del libro
de Anaís Pérez Layed:
1) Placer
2) Poesía
3) Tiempo.
El fuego de las sombras está dividido en dos partes, el fuego y las
sombras. Creo que los dualismos no suelen ser muy explicativos de lo que somos.
Por suerte o por desgracias somos más complicados que una tesis y una
antítesis, somos difícilmente entendibles bajo conceptos antagónicos. No
obstante, en el fuego de las sombras ambas partes se complementan, dialogan, se
auxilian y acaban dando una visión conjunta de lo que el hombre es y vive. La
división es inteligentemente difusa, equívoca.
La mayoría de los poemas referidos a los dos primeros temas se
encuentran en El fuego, primer apartado del libro. El fuego, además, uno de los cuatro elementos de la naturaleza, es
un símbolo ambivalente. Contiene en él tanto el poder de generación como de
destrucción. Es movimiento continuo, arkhé o logos para Heráclito, motor de
cambio, elemento esencial para la vida. Se incendian los campos para quemar
mala hierba y poder sembrar la buena. En ocasiones hace falta quemar, destruir,
para comenzar. Así comienza el libro, con un nacimiento, en un poema que está
situado en el lugar exacto, como puerta para todo el poemario. Se trata de Llegada:
Nazco ahora/ con este viento que electriza mi pelo/ en una órbita
iluminada de rayos.
También es símbolo de castigo y de pecado, el fuego puede ser el del
infierno. Esto nos hace asociarlo al calor, a la pasión y al placer. Hay, en
este sentido, varios poemas con temática amorosa o sexual. Son poemas que
apelan a los instintos que me inflaman, como dice la autora; llenan
el papel de llamas, Me basta el bosque ardiendo y recuperan la vida e
incluso la infancia, En el sagrado enigma del encuentro/ siembra los poros
de mi piel/ para que broten/ _entre los helechos_/ las miradas de niña que
perdí.
Otro placer es el de la poesía. Los poemas dedicados a ella aparecen
entrelazados junto a los del placer sexual y el amor. En ocasiones, incluso, se
juega a la ambigüedad entre ambos temas, algo que es un gran acierto desde mi
punto de vista, ya que juega con el lector y hace que el lector juegue. Es el
caso de poemas tan deliciosos como Aguacero o La puerta huérfana.
En este tipo de textos vemos que la poesía es una búsqueda y un descubrimiento
para Anaís. Me consta que es
también obsesión hasta el punto de convertirse en vicio o enfermedad. En este
libro vemos una poeta que se va haciendo en el poema, se va conociendo,
descubriendo sus límites, trazándolos en tanto que los transgrede. El poema es
una aventura donde todo es posible, donde todo sucede:
Y como un conjuro/ brotarán
las palabras/ de la salvia. Aquí todo es posible.
Se consuma el nacimiento, el alumbramiento de una persona que se
realiza y se desnuda a través de la palabra, pierde su santidad y se renueva.
Comienza la verdad, se ha acabado la espera: ¡Ya llegó el tiempo que
esperaba! Exclama.
El libro surge tras una estancia de Anaís en la casa del poeta en
Trasmoz. Eso explica que la naturaleza esté presente en todo el poemario, pero
sobre todo en los poemas que hablan del placer. La naturaleza es un placer más,
la que ve a través de la ventana desde el retiro en que escribe pero también la
que llega desde el recuerdo o gracias a la imaginación. La naturaleza forma
parte del poema y de la poeta. Penetra en ella:
Las plantas trepan/ entre las piernas de los árboles/ se clavan en mi
piel/ y acarician mi estómago.
Pero al lado del fuego están las sombras: la sombra. El fuego es el
foco que crea la sombra, que la hace posible, como en la caverna platónica. Es
la otra parte de lo lumínico, el otro lado. Al lado del placer, del
atrevimiento y de la vida entendida como gozo está la conciencia del tiempo, el
pasado como una dificultad a vencer, el sentimiento de estar acabado antes de
comenzar, el miedo, el dolor que se amontona y crece:
La asfixia del pasado en la garganta/ que se agolpa en la puerta/ como
un montón de nieve.
Los poemas dedicados a las sombras son sencillos y certeros,
contundentes. Nos hablan de pájaros dormidos que se encuentran en el lecho, de
puertas que se cierran, de sangre en la cresta de las olas. Las sombras aluden al doble de los hombres.
Tradicionalmente la sombra se ha entendido como el alma, como aquello que se
vende al diablo en leyendas. La sombra nos identifica. Así, sacando la cabeza entre los versos que hablan de los recuerdos y
del tiempo aparece el yo, cuestionándose, mirándose, buscándose sus límites
como en un poema que quiero destacar, El gato.
La razón de apelar al placer, al fuego, es vencer la sombra, los días
oscuros, la pulsión de muerte. La razón de apelar a las sombras es conocerlas,
re-conocerlas, para acometer la tarea del fuego, de la vida. Aquí se funde el
dualismo del que hablábamos al principio.
Vivimos porque sabemos que vamos a morir, cada vez que vivimos
vencemos a la muerte y paradójicamente nos acercamos a ella. El placer nos
salva, nos salva de la muerte. Anaís nos dice que define la sombra y la
incendia.
Salvarse, esconderse en el trance/ del eco de la risa,/ sobornar
percepciones,/ disfrutar del calor de otro cuerpo.
Esta magnífica poeta nos invita además a acompañarle, a través de sus
poemas, en ese bautizo, en esa salvación. Nos invita a fugarnos con las
palabras.
¡Cálzate mis palabras y escapa!/Ellas regresarán, más tarde,/ a
rastras por el barro,/ como pétalos heridos,/ como niñas llorando, a casa.