que tuve blanca un día.
Me guía la ilusión
hacia la luz etérea
que proyectan insomnes
los abetos desnudos.
Mas se estremece el negro
del dolor fugitivo
que desflora a los pájaros.
Cuando crece la albura
más fiera es la tormenta,
más afila
sus garras el gigante.
Devora las hileras
de árboles descalzos
una nube de miedo
que flota sobre el río.
Golpea sus gargantas
-inocentes y frías-
y de sus ramas cuelga
alargados fracasos
que aún anidan dormidos.